Me encuentro sentada en una de las bancas mugrientas de
la estación de tren del Distrito.
Sí, Peeta al final y después de una semana accedió a hacer
estas pequeñas ´vacaciones’, sospecho que más por mí que por él. Ahora se
encuentra en taquilla reclamando los tiquetes, vestido con un abrigo de piel
que lo protege del repentino viento frío que está corriendo. Estos días hemos
pasado prácticamente todo el tiempo juntos, acompañándonos en nuestras
respectivas actividades o enfrascados en conversaciones triviales. Es raro…,
después de todo lo que pasamos, encontrarnos así, sin preocuparnos por
sobrevivir o por salvar la vida del otro… Tomo un largo respiro relajándome y
tratando de ignorar las miradas curiosas que me llegan. Guardé todo lo que
necesitaba en mi maleta, lo cual consiste en un par de pantalones, camisas y
medias en su mayoría ya que sé que no utilizaré mucho. Después de unos minutos
la voz de Peeta interrumpe mis vacíos pensamientos.
-En unos minutos llega el tren, ¿quieres que te compre
algo para el camino?
-No, gracias. Solo son unas horas ¿no?, el Distrito 7 no
está tan lejos.
-Pues no, pero tal vez te dé sed o algo…, espérame ya
vengo.- sale disparado a una de las tienditas de los alrededores y él sí que
ignora solemnemente a los que se le quedan mirando. Es adorable lo tanto que se
preocupa por mí, tenerlo a mi lado definitivamente me ha ayudado a salir de mi
desolación y tristeza… Mientras espero me prometo mentalmente nunca dejarlo ir.
El tren arrima justo cuando Peeta llega a mi lado con
una bolsa en sus manos y una brillante sonrisa en sus labios. Recojo mi pequeña
maleta y me inclino para recoger la suya al mismo tiempo que él por lo que
nuestras manos chocan; y en el intento de levantarme para que él la recoja por
fin, lo volvemos a hacer al mismo tiempo y esta vez son nuestras narices las
que se rozan. Dejo escapar una risilla nerviosa y él sólo sonríe, como
complacido.